Las relaciones entre el cine y la antropología siempre han sido un tanto problemáticas. Más declamadas que efectivamente concertadas, en muchos casos inexistentes o irrelevantes para los implicados en ella: los que tratan de entender qué significa vivir una vida ajena a la propia, o al menos poder imaginarla.
De uno y otro lado se han hecho algunos intentos para que un arte y una disciplina que nacieron casi al mismo tiempo, en ese siglo XIX tan industrioso como colonialista, puedan dialogar un tanto más allá de la constatable alteridad que las ha animado y sin la cual el cine se vaciaría de imágenes y la antropología de personas. Por Fernando Pujato y Sebastián Rosal.