Un paisaje impresionista que por momentos cede su lugar a un documental observacional. Si en Copacabana Martín Rejtman abría un mundo (el de las murgas bolivianas radicadas en Buenos Aires), aquí Verguilla vuelve para entornar la puerta y dejar formas y colores en movimiento, sonidos y destellos de un universo a construir. La simpleza y la nobleza del final son extraordinarias.